Mi
piel está curtida, no alcanzo a ver que color es, mis pies y mis
piernas están frías tapadas con una manta que en algún momento seguro
sirvió para guardar calor, mis brazos caen pesados estirando todo el
cuero de mi espalda haciéndome olvidar de mi panza, y mis manos. De qué
sirven? No tienen un marinero en casa para poder cocinarle pan casero
todas las mañanas. Entre todas las arrugas tristes de la cara, se ven
mis ojos, son lo único que brilla, que se mantienen húmedos, por las
lágrimas. Atrás en mi silla, cuelga un cartel que dice: Espero.